De un libro para
niños se espera que sea una lectura simple y de fácil comprensión. Se evitan
los planteamientos complejos, los argumentos que propicien variadas interpretaciones
y, en general, las referencias que se alejen del ámbito infantil. Detrás de
esta convención encontramos tanto la preocupación adulta por cuidar al niño y
resguardarlo frente a experiencias negativas, como una actitud condescendiente
incapaz de aceptar que los niños son capaces de responder a una realidad que
nos resulta extraña, que pueden hallar sus propias interpretaciones sin
necesitar nuestra mediación y que tienen menos prejuicios que nosotros.
«Y esto, ¿es para
niños?», constituye una reacción habitual frente a los libros que no se ajustan
a los motivos recurrentes del subgénero infantil. Quien pregunta esto, no está
preguntando. Al contrario, reacciona ante aquello que cuestiona su noción de lo-que-es-para-niños para a continuación espetar: «Eso no lo entiende un chaval». Se trata
de una actitud semejante a la adoptada por quien sostiene: «Esto lo hace mi
hijo de tres años» frente a un miró. Ambas reacciones son una respuesta
indulgente ante algo que produce inseguridad. En ambos casos se descalifica lo
considerado “extraño” al tiempo que se minusvalora al niño.
La infancia fue uno
de los principales motivos de investigación del recientemente desaparecido
Carlos Pérez (1947-2012). Comisarió extraordinarias exposiciones dedicadas
expresamente al tema, entre las que destacan Promesas de futuro, dedicada al libro infantil en la URSS, y Los juguetes de las
vanguardias. Pero también advertimos su interés por el
niño y por llegar al niño en las muestras que dedicó a asuntos en apariencias
tan lejanos del mundo infantil como el personaje de los neumáticos Michelín:
Bibendum, o las fotografías de Karel Capek. A pesar de que no consiguió
mantenerse en el tiempo, su proyecto de talleres didácticos en el IVAM marcó un
hito en la pedagogía museística, Pérez rechaza la idea del niño como espectador
pasivo y le dota del entorno apropiado para que se convierta en creador activo
que reflexiona, experimenta y juega a partir de la obra de Hausmann,
Schwitters, Satie...
«Y esto, ¿es para
niños?» podrá preguntarse el adulto que tome en sus manos el último título de
Carlos Pérez, publicado por Media Vaca en su colección Grandes y pequeños. Y es
que efectivamente Buffalo Bill Romance no es un
relato simple ni de fácil comprensión, como tampoco lo fueron las vanguardias
artísticas, el siglo XX ni lo es la misma infancia. Lectura fluida y
sorprendente, su dificultad no radica en cómo se cuenta ni en lo que se cuenta,
sino en el alcance trastocador de sus ideas. Además, la obra tiene una densidad
circense. Aborda un universo circular en el que caben la belleza y la
deformidad, el prodigio y la miseria, lo comercial y lo artístico, lo popular y
lo exótico... Su cartel-sobrecubierta anuncia por un lado una crónica muy
ilustrada y, por el otro, pregona un listado de héroes y villanos que aparecen
en el libro: Calamita Jane y Victoria I de Inglaterra, Eiffel y Huidobro.
Ochenta fotografías tamaño carné componen las guardas y una heteróclita galería
de personajes cuyas hazañas son hilvanadas por una maravillosa crónica que responde
a la máxima ramoniana: “De la carambola de las cosas brota una verdad
superior”.
Dani Sanchis tuvo la tarea de ilustrarlo y se
abocó a ella con la misma sensibilidad arqueológica de Pérez, aunando lo
propio, lo conocido y lo encontrado en esta crónica-collage. El valor
pedagógico de la obra no se halla en la fresca erudición que se extiende en las
notas a pie de página ni en la destreza de su autor a la hora de actualizar el
viejo lema que incita a instruir deleitando, sino más bien lo encontramos en la
invitación a “ver” de otro modo, a ampliar perspectivas, a crear relaciones y a
volvernos partícipes del relato explorando sus referencias, asociaciones y
ramificaciones. ¿No es exactamente eso lo que deberíamos esperar de un libro
para niños?
Buffalo Bill
Romance
Carlos Pérez,
Ilustraciones de Dani Sanchis
Valencia: Media Vaca, 2012(Publicado en Babelia nº 1157. 25/01/'14)