sábado, 26 de octubre de 2013

E Allora, Massimo?

No te afanes, alma mía, por una vida inmortal, pero agota el ámbito de lo posible.
Píndaro

Massimo Desiato temía a la muerte. En más de una conversación hablamos de ello. Muy pronto ya no fue necesario partir de un texto de Nietzsche, Kierkegaard, Camus o Feuerbach o de una película de Pasolini o de Olmi para desembocar en una conversación íntima y removedora. La conversación no se agotaba. Reaparecía en el cafetín de la Católica, en las terrazas del IDEA, en el banco Mercantil de la Simón Bolívar, en las mesas del Quintana o incluso en el bowling de Prados del Este; adoptando, alternativamente, modalidades aforísticas, metafísicas, socráticas, peripatéticas o posmodernas.
Él argumentaba que la muerte era tanto el motor de la filosofía como su frontera. Sentaba en la consciencia del absurdo, el sentido y sinsentido de nuestra existencia. Al menos en este plano, yo era más pragmático que él. Sostenía que el gran problema de la muerte no era para quien muere sino para el que sobrevive.
A Massimo le dolió mucho la muerte de Javier Sasso. Entonces, paulatinamente dejamos de hablar sobre la muerte y comenzamos a hacerlo sobre la enfermedad y la pérdida. Fue un período difícil donde las conversaciones tampoco fueron fáciles y en el que afloraron una y otra vez temas y experiencias dolorosas.
Hoy, al recordarlo, me sorprende que Massimo, que tenía una sincera inquietud y un verdadero talento para plasmar por escrito agudas reflexiones sobre los temas más variados, no haya escrito nada sobre la enfermedad. Desconozco si lo hizo sobre el miedo. Sí recuerdo haber leído y discutido un sugerente texto suyo sobre el duelo. No tengo claro si se trataba de una conferencia o de un artículo. Tampoco sé si fue publicado. Lo cierto es que una tarde llegué al Centro de Estudios Filosóficos y me lo dio a leer. Al terminarlo le dije que ahí había un libro y, algo poco habitual en él, dubitativamente contestó: ¿tú lo crees?
Tuve la suerte de aprender y compartir muchas cosas con Massimo. Fue generoso conmigo y muy pronto rompió la distancia que separa al profesor del alumno para dirigirse a mí como un interlocutor. Fuimos amigos, buenos amigos. Después nos alejamos.
Desde la última vez que lo vi, fallecieron dos personas que, cada uno a su modo, nos marcaron: Daniel Ramos y Eduardo Piacenza. Entonces pensé que a pesar del rumbo que cada uno había emprendido, a pesar de haber perdido el contacto, además nos unían estas pérdidas. Que ambos tendríamos que liar con un duelo que amenazaba con ser turbio y doloroso. Entonces eché en falta nuestras antiguas conversaciones. Entonces eché en falta ese artículo o conferencia suyo. Entonces lamenté la distancia. 
Hoy ya no está Massimo. Están María Fernanda y Diego. María Fernanda, lo siento. De verdad que lo siento mucho.

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